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Las Fuerzas Armadas no son necesarias

Publicado originalmente Semanario Voces 

Hace pocos días, se publicó un interesante artículo en La Diaria rememorando la idea, habida por Emilio Frugoni unos 100 años atrás, de disolver las Fuerzas Armadas. En su cuenta de Twitter, el diputado Daniel Gerhard invita a debatir sobre el tema. Así que, me disponía a fundamentar la necesidad de las Fuerzas Armadas con alguna evidencia disponible – como que más del 60% de la población de Uruguay confía en ellas, o que salvaguardan nuestros recursos naturales y aquellos estratégicos vitales – cuando me percaté que la razón está de su lado: no son necesarias y cuanto antes lo admitamos mejor.

¿Por qué afirmo esto?, se preguntará el lector. Mi respuesta comienza por el exterior. Miremos el panorama contemporáneo, reconozcamos este mundo actual: mayormente capitalista, muy competitivo y, por momentos, cruel. Paso seguido, observemos algunos pueblos de notoriedad actual en el Oriente Medio: ¿Es necesario que una familia judía montevideana de buen pasar mande a sus hijos a realizar el servicio militar en Israel?, ¿para qué arriesgarse a que tengan que combatir? ¿No es más cómodo, seguro y agradable estar aquí en Uruguay tomando mate en la playa? Por otra parte, ¿es necesario que la juventud de Armenia se enfrente a una amenaza bélica al menos tres veces superior y pague un tributo de sangre para intentar defender su hogar ancestral? Pueden emigrar nuevamente y venir a vivir aquí, o en otro lado, ¿no?

¿Es necesario que los franceses tengan miles de hombres y mujeres de sus fuerzas armadas patrullando las calles de París para evitar nuevos atentados terroristas por parte de quienes se sienten ofendidos por las caricaturas del Profeta Mahoma? ¿No bastaría solo con decirle a los profesores de secundaria humoristas y periodistas que no lo hagan más? ¿No sería mucho más económico? ¿Para qué lo hacen? ¿Para defender la libertad de expresión? ¿o la Republica misma?

A esta altura, el lector captó la ironía y quizás ya concuerde conmigo: las fuerzas armadas no son necesarias por sí mismas, debemos admitirlo, son un acto de voluntad nacional. Cualquier discusión que obvie este aspecto volitivo es baladí

Claro nos queda un tema no menor para abordar: ¿qué es la Nación en tanto que sujeto de la voluntad colectiva de defenderse por las armas?  Afirmo que es la forma de organización en donde el segundo nivel de agregación política es el lugar en donde uno nace. (el primero obviamente es la familia). Nacer en el mismo territorio tiene derivaciones biológicas, sociales, culturales y obviamente de destino común.

Este concepto de voluntad nacional no solo es clave para toda la construcción política contemporánea, también es esencial para poder alcanzar objetivos sociales internos, tener una sociedad más justa, igualitaria, integrada. Es la base de una economía de reparto, y de la solidaridad intergeneracional

Pregunto, ¿Usted cree que el concepto genérico de nación es un patrimonio exclusivo de la derecha? ¿La izquierda no cree en la voluntad nacional? En mi opinión ¡Claro que cree!, Solo por dar algunos ejemplos:  la “N” del PIT CNT o del grupo de jóvenes que en los años 60 tomó las armas bajo el emblema MLN-T, en el acierto o en el error vaya que a ese concepto lo consideraban importante. Y hoy en día, ¿qué sentido tiene hablar de industria nacional o de nacionalizar algunos servicios y empresas si no respetamos la voluntad nacional o si no estamos dispuestos a defenderla?

El presidente Lula tuvo como ministro de defensa a Nelson Jobim quien – a mi juicio – dio la mejor definición de lo que debe ser la actitud de un país de América Latina cuando dijo -Brasil debe tener la capacidad de decir que no cuando quiera decir que no-. Como dato interesante el presupuesto militar en el país hermano creció con esa administración. Se construyen 3 submarinos nucleares y se compraron aviones de combate de última generación en ambos casos con transferencia de tecnología de vanguardia.

Harina de otro costal es como organizamos las relaciones de trabajo y capital entre nosotros. Esa es una discusión que puede tener lugar precisamente porque somos soberanos. Y es con ese poder que luego de 200 años nos hemos dotado de leyes y de costumbres que nos hacen diferentes de nuestros vecinos y en muchos casos otros pueblos nos toman como ejemplo. Hoy es parte de nuestra idiosincrasia ser como país, un actor equilibrado y ponderado en el escenario internacional, dispuestos a ocupar un lugar en el concierto de las naciones y afirmar con voz serena y firme “con libertad ni ofendo ni temo”

Ahora ¿es necesario hacerlo? ¿A quién le importa, por ejemplo, que en una aldea del Congo las fuerzas negativas secuestren, maten, torturen, violen, masacren? ¿Es necesario que enviemos nuestros jóvenes a arriesgar su vida para defender los derechos humanos de las poblaciones vulnerables?, ¡claro que no! Tomemos el otro camino, no seamos más parte de la garantía de los procesos de paz complejos. ¿A quién le importa que Israel tenga fronteras seguras? En este preciso momento cerca de 200 militares uruguayos ayudan a resguardarlas bajo la bandera de las Naciones Unidas. – ¡Que se vengan ya! podríamos decidir.

Tampoco es necesario que aun en condiciones de neta inferioridad estemos dispuestos a defendernos. Mucho mejor desde el punto de vista utilitarista es hincar las rodillas ante los piratas, los poderosos, los fanáticos de turno y sus secuaces.  Porque siempre los hubo y siempre los abra. Mejor ya le vamos dando instrucciones a nuestros profesores de secundaria, artistas, humoristas y periodistas que no se atrevan a ofender a nadie con sus caricaturas. ¿O no?

Porque Usted lector podrá coincidir a conmigo que la voluntad de ser quien somos, libres y soberanos es tan importante y profunda que es difícil de explicar. Es ese “voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir.” Por eso   mientras cantemos el himno con sentido orgullo, mientras reclamemos con firmeza nuestro lugar entre las naciones libres, mientras queramos seguir siendo dignos herederos del legado artiguista las fuerzas armadas no son ni serán necesarias, sino esenciales. Admitámoslo de una buena vez.

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